jueves, 20 de marzo de 2014

Paraíso, mercancía y desechos: sobre la poesía de Acerina Cruz. Por Daniel Barreto


El cadáver de la sirena (Ediciones Idea, 2012) de la poeta canaria Acerina Cruz, se inscribe en un proyecto literario sobre el turismo que comparte con otros dos jóvenes autores, Samir Delgado y David Guijosa. Nos gustaría señalar aquí en qué sentido la mirada de Acerina Cruz se aproxima al universo turístico con mayor profundidad que cualquier estudio sociológico o económico. Sus poemas captan en el turismo un fenómeno cultural —y también cultual— ambiguo, provisto de un doble carácter.
 
Daniel Barreto

Por un lado, el espacio turístico se construye con imágenes de felicidad. Los servicios, prestaciones y comodidades conforman una base de valor de uso que perdería su fuerza de atracción sin el aura del sueño. El imaginario turístico remite a motivos de la historia de la cultura, pero recodificados por la forma mercancía. De ahí que permita un acceso al inconsciente colectivo. No es casual que en la poesía de Cruz estén presentes el cine de entretenimiento y los telefilmes, como sucede en los poemas Extraños en un hotel o El turista accidental. El elemento del cine es precisamente el sueño. En la seducción de la publicidad turística también podemos descifrar el jeroglífico de nuestra sociedad. Por eso, y sólo en ese sentido, hay un momento de verdad en el deseo generado por el paraíso artificial.
 
Por otro lado, esas imágenes oníricas no están al servicio de los individuos, sino de la venta de mercancías. La idea es no despertar jamás. El sueño de felicidad se convierte en el sucedáneo del consumo sin tregua. Como se sabe, sólo el consumo parece aliviar fugazmente la depresión —a la vez psíquica y económica— en las sociedades opulentas de Europa. Sólo un consumo ininterrumpido permite la producción ilimitada. Durante una lectura de su poesía en la Librería de Mujeres de Santa Cruz de Tenerife, Acerina Cruz señaló que la palabra definitoria sobre la experiencia de la ciudad turística es lo «efímero». Y no sólo porque las vacaciones impliquen de por sí la provisionalidad, sino porque la relación del turista con las cosas puede ser disolvente. Quienes permanecen en la ciudad turística, quienes no renuncian a una relación duradera con las cosas, resisten gracias a un sentimiento constante de nostalgia, como en los poemas Botones, Marea o Blue. La escritura de Acerina Cruz activa las fuerzas de la añoranza que plantan cara al sueño consumista.
 
Ahí reside el doble carácter del espacio turístico: por un lado, el sueño con el paraíso esconde un anhelo humano sincero; por otro, la imagen mantiene al individuo alejado de una vida plena. Es un sueño con el paraíso que confina al individuo en una nebulosa de ficción, la seguridad de no percibir más que a sí mismo y la liquidez del mundo. Los otros se difuminan. Escribe Cruz: «Los rostros toman la misma imprecisión/ que los retratos robots de la policía/ en un departamento de objetos perdidos».
 
El asunto entonces es despertar. Los poemas de Acerina Cruz acompañan un tramo el sueño de los mitos turísticos, descubren su belleza hipnótica, viven de ella, pero sólo para interrumpir su curso. Sus poemas cortan en seco el sueño. Descubren que las relaciones humanas son en verdad de otro modo. Por eso la insistencia en señalar el vacío y la tristeza ―así el poema Una habitación con vistas  de quien vive cotidianamente entre el sueño del parque temático y la vida cotidiana fuera del espectáculo. El camino hacia el despertar es la melancolía. La precisión con la que Acerina Cruz abre en canal el cuerpo del campo turístico está guiada por una nostalgia «imprescriptible», como evoca en La danza macabra (versión de un grabado de Hans Holbein el Joven).
 
Al paraíso efímero de las vacaciones, El cadáver de la sirena contrapone el paraíso que promete la memoria, hecho con algunos de los materiales que la industria cultural va dejando atrás en su espiral consumista: la estética pop de los años ochenta, el cine de serie B como desecho cultural, los formatos obsoletos del VHS y los cassettes, pero transformados por una mirada humana. La memoria de la infancia recompone los restos que el consumismo declaró residuales y que hoy sólo son nombrables como basura. Así sucede en el poema Frecuencias: «Viejas cassettes vírgenes/ llenas de adhesivos en blanco/ esperando el momento preciso/ en que alguien baje / por primera vez/ los botones Play y Rec/ para grabar música de la radio./ Al fondo, antes y después, siempre la lluvia/ y la nostalgia que no prescribe».
 
Los residuos salvados por la nostalgia se convierten en espectros que los poemas superponen a la mitología vacacional. Normalmente, hay que ocultar los restos para que la publicidad del paraíso sea perfecta. En cambio, estos poemas no se resignan a olvidar. Por eso cuestionan el orden simbólico establecido, como se muestra en Suicidas (que apagan la radio) o Romanticismo, sobre la codificación hollywoodiense del amor.
 
La escritura de Acerina Cruz rescata desechos de la industria cultural para transfigurarlos por medio de la palabra que recuerda. El propio título del libro alude a los restos mortales de un sueño. ¿En qué transforma la escritora esos restos? La respuesta espera en el silencio que sigue al poema.